La piedra de Sísifo

Técnica mixta: Piedra natural, taburete, micrófono, equipo de audio, atril.

Año de realización: 2010

La instalación consiste en un monólogo declamado por la Pierda de Sísifo en un escenario. El estilo del texto parodia al Teatro del Absurdo.
Colaboración del músico y escritor Antonio Luque ( Sr. Chinarro). Voz en Off.

Exposición: DE LO INFINITO A LO INFINTESIMAL

Lugar y fecha: CENTRO MUNICIPAL DE LAS ARTES, PATRONATO DE CULTURA DE ALICANTE, ALICANTE (05/02/2010-27/02/2010)

Exposición con catálogo: DE LO INFINITO A LO INFINTESIMAL.

VIDEO: www.youtube.com/watch?v=ffThWyTzPxk

MONÓGOLO: LA PIEDRA DE SÍSIFO
(Aplausos)
Muchas gracias por venir, sean todos bienvenidos. (Pausa)

 

Soy la Piedra de Sísifo. Quizá ustedes no me conozcan, hecho naturalmente comprensible, ya que hace poco tiempo que emergí del agujero subterráneo del infierno y estoy entre ustedes. No se inquieten, en breves instantes estarán al corriente de quién soy y la razón que me ha traído a la superficie.
 

¿Les he dicho que soy la Piedra de Sísifo? Bueno, si les soy sincero, esto no es del todo cierto. Uno no lleva la cuenta de los años… pero quizás lo fui durante siglos. Podría decir, sin excederme, que el destino nos había sellado de tal forma que éramos un solo ser. Mejor dicho, no fue el destino quien nos encadenó, sino las desavenencias de Sísifo con los dioses, que acabaron condenándolo a empujarme eternamente por una ladera hasta dejarme caer… para volver a ascenderme nuevamente. En su cruel inteligencia los dioses consideraron que no hay sentencia más trágica que el trabajo estéril y desesperanzado. !Era denigrante, Sísifo se había convertido en el proletario de los Todopoderosos!
 

Recuerdo perfectamente aquellos días. Desde el mismo instante de nuestra unión, me di cuenta de que aquel individuo que me sostenía y trazaba con variantes mínimas el monótono trayecto de A a B, se había entregado en cuerpo y alma a las humillaciones de lo divino sin vislumbrar que los hombres enérgicos son trabajadores porque son necios y limitados.
 

Ustedes pensarán que yo entonces lo compadecía, que me atormentaba por su esfuerzo obstinado. Lamento informarles que se equivocan. Lo detestaba con todas mis fuerzas. Sísifo era un esclavo que no se pertenecía y cuya única libertad era no sentirse responsable de su mundo sin salida. Tuvieron que pasar muchos años, un tiempo considerable, para que el roce de nuestros cuerpos hiciera el cariño. Un afecto sin efusión, es cierto, pero que creó entre nosotros una pequeña complicidad.
 

Fue entonces cuando decidí intervenir, dejar de ser neutral e inerte y hablar seriamente con Sísifo. No me resultó fácil, era consciente de la terquedad del interlocutor, sin embargo, hice todo lo posible por hacerle entender que el mayor atributo frente a las deidades sería su independencia, aunque esta supusiera otros temores desconocidos como la muerte o la libertad.
-Sísifo- le dije, mientras emprendíamos el inmortal recorrido del ascenso montañoso- algo debe cambiar, ya no cuentas los pasos, todos los días son los mismos. Un día tras otro. Para ti no hay otro. El mismo camino. La misma reiteración. ¡Sísifo, abandona este absurdo, eres un maldito memo!, ¿No te das cuenta que todos tus pasos se parecen? Da igual que subas o bajes. ¡Siempre estarás en el mismo nivel! ¡Sísifo, existen otros lugares previstos para nosotros! ¡Debes escapar de esta situación! ¡Al Poder no le importan tus deseos, abandóname en el llano, huye!


 

Con todo esto que les cuento, apuesto a que pensarán ustedes que el tal Sísifo comprendió su trabajo sin objeto y resolvió dejarme. Desatinan una vez más. No lo tomen ustedes a broma, que lo digo en serio. Lo que sucedió es más trágico de lo que puedan imaginarse.
Cuando llegamos a la cima, entreabrió la boca (parecía meditar sobre mis palabras) permaneció largo tiempo así, con la boca abierta. Después de unos segundos, sus manos también se abrieron dejándome caer. Presupuse en ese instante de caída libre hacia la base que nuestro divorcio por fin se hacía realidad que nunca más volveríamos a vernos. Sísifo no regresaría a buscarme. Inicié mi rumbo, alejándome de aquella condenada montaña. Me sentía feliz, ligero, satisfecho con mi buena acción. Avancé unos cuantos pasos. No tenía planeado volver la vista atrás…

 

Quizás fue la tristeza de la separación o quizás simplemente la curiosidad, lo cierto es que viré sobre mí mismo y lo divisé a lo lejos. ¡No pude creer lo que estaba viendo!, ¡Sísifo estaba subiendo la montaña!. Sí, así como lo cuento. Se detenía con frecuencia para reprender la marcha, tras unos instantes de paro vacilante. En sus brazos envolvía una carga inexistente, parecía amasar el aire en que yo ya no estaba. El vacío ocupaba mi lugar en sus manos y tensionaba sus músculos como un pesado lastre. Comprendí entonces que todo seguiría igual para él.


 

¿Qué esperaban, señoras y señores? Sísifo es como todos ustedes. Es humano y eso no tiene expiación alguna.
Desde que llegué a la tierra he deambulado por las calles escuchado con atención sus conversaciones llenas de ansiedades y desazones, y en ellas jamás he oído algo parecido al sonido del hombre en libertad. Siento que no ha cambiado nada verdaderamente desde que estoy aquí. En mi lucidez me encuentro abandonado como antes. Junto a ustedes, señores, he vivido el breve espacio de tiempo que contiene todo un melodrama: el del trabajador absurdo. Vamos a ver, hablo de la gente que, pongamos por caso y en términos generales entiende el trabajo como una especie de calmante. Señores, ¿no lo comprenden todavía? Hablo de ustedes, de sus jornadas insufribles, de su ocio programado, del aturdimiento que sitia sus vidas. Ustedes reconocen como ventaja a ese sometimiento, el poco confort que el Poder les otorga. Lo que expongo es de locos, ¿no es eso? ¿Estoy perturbándolos, señores?, ¡Rechinen los dientes! ¿Tienen miedo de llegar a conclusiones comprometidas?, ¡Vuelvan a sumergirse en la inercia de sus humillantes existencias! Me importa un comino lo que hagan, pero si deciden escucharme, sabrán que pasado mañana a lo más tardar empezarán ustedes a despreciarse por haberse engañado a sí mismos.

 

¡No se confundan señores! Háganme caso, siempre será su mejor opción devastar a ese endemoniado sentido común que los lleva como a Sísifo a levantar todos los santos días esa maldita piedra.
Decidan ustedes.
(Aplausos)

FIN